Exactamente

Carece de importancia la forma en que lo aprendí. Alcanza con que sepan que ciertos conocimientos no se los dispensa a cualquiera y que no somos tantos quienes los poseemos. El conocimiento proporciona poder y el poder conlleva responsabilidad y por supuesto también peligro, pero sobre todo el conocimiento implica dolor. Señores, el conocimiento no es para cualquiera y mucho menos éste.

Tampoco es importante que sepan si el origen es egipcio, si los arcanos mayores representan a ciertas deidades, ni la forma en que se relacionan con los mandalas. Pero para los escépticos que nunca faltan les diré que el mismísimo Carl Gustav Jung estudió largamente los alcances del Tarot, su simbología perfecta y, aunque casi no se hable de ello, su poder para la predecir lo que vendrá.

No quiero entrar en polémicas sobre si el destino ya está escrito o si el futuro es una página en blanco. Es un tema muy controvertido y no quiero que se dispersen, además, si bien conozco la respuesta, dudo que tengan la preparación para comprender el concepto general. Sólo les diré que se puede saber de antemano que sucederá en el futuro y que yo sé cómo hacerlo.

Me siento en la obligación de decirles que existen problemas muy graves relacionados con el conocimiento del porvenir. Uno de ellos es que la gente no quiere recibir malas noticias, pero el peor es que “el porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer”, dicho en palabras de Borges. Ahí tienen otra prueba, Borges también supo de este poder.

La fecha y hora exactas de la propia muerte es algo que nadie debería conocer, es por eso que jamás comuniqué ese dato a ninguno de mis clientes, aunque fatalmente las primeras tres cartas de cualquier tirada lo revelan. Sepan que yo también evito mirarlas. Cuando me preguntan por qué cierro los ojos al principio de la sesión, miento cuando respondo que es parte del protocolo. No quieran imaginarse lo que significa estar aconsejando sobre proyectos a alguien que uno sabe morirá en breve.

El deseo de saber es un imán que atrae con fuerza irresistible, y cuando la juventud habita en el cuerpo y no hay consciencia de la ineludible finitud, se llega a creer que enterarse qué día será el último es sólo una información interesante.

Recuerdo perfectamente que faltaban dos días para mi cumpleaños número treinta. Cumplí rigurosamente con todo el ritual previo al despliegue, incluyendo la vestimenta púrpura. Recuerdo que estaba extrañamente tranquilo, supongo que en parte porque en esa época no creía demasiado en esto. Mezclé el mazo de la forma habitual, realicé los tres cortes de rigor, dos con la mano izquierda y uno con la mano derecha. A continuación di vuelta tres cartas. Aún me quedan veintisiete años, nada mal, pensé. Únicamente me llamó la atención que fueran exactamente veintisiete años, ni un día más ni un día menos. Afortunadamente jamás volví a pensar en el tema, hasta hoy, veintisiete años después. Sólo faltan tres horas treinta y dos minutos, exactamente...


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